Por Enrique Guarín Álvarez
Miserables y cobardes, quienes asesinaron con sevicia al estudiante de derecho JAVIER HUMBERTO ORDÓÑEZ BERMUDEZ, ya sometido por la fuerza.
Inhumanos y funestos los agentes, que sin sensibilidad ni compasión torturaron y ejecutaron a un hombre en estado de indefensión.
Pusilánimes y malvados los policías que, con odio y crueldad, inmolaron a un hombre inerte y desarmado que rogaba no lo torturaran más.
Esa conducta criminal, sorda y sin razón, es la que exacerba el odio visceral hacia la policía y provoca la desbordada y también irracional reacción de la comunidad, que ya está harta de los abusos y atropellos en muchos procedimientos policiales.
Ese proceder ilegal y reiterado no encuadra en la función y finalidad que les corresponde desempeñar a los agentes del orden y sí contribuye a la descomposición de nuestra sociedad.
Esa aberrante conducta de unos policías sanguinarios, cegados por el poder de sus armas y la autoridad que creen les da el uniforme, es la que estigmatiza como un peligro social a TODA la institución de la Policía Nacional, conformada también por hombres de bien, que honran la institución.
Esos repetidos casos de agentes agresivos y homicidas, crea en la comunidad el absurdo social de temerle más a los déspotas y prepotentes policías, que a los malandrines delincuentes, que dicen combatir.
Esa triste realidad inocultable, de policías arrogantes y corruptos, que utilizan sus armas y uniforme como herramientas para golpear, extorsionar y masacrar a la ciudadanía, no le hace ningún bien a la institución ni a los buenos policías, quienes deberían rechazar y evitar esos atropellos y no quedarse parados viendo como sus compañeros, golpean hasta matar a una persona indefensa.
Son Inaceptables los casos de policías sucios, que ayudan a otros crimínales a perpetrar sus delitos, no solo con una interesada y siniestra complicidad, sino en muchos casos con su directa participación.
Atroces las muchas violaciones, torturas, desapariciones, homicidios y crímenes de todo tipo perpetrados por delirantes policías, que muchas veces son protegidos por la propia institución, que dice juzgarlos y castigarlos en los cómodos casinos del mismo establecimiento.
La arbitrariedad parecería ser una conducta institucionalizada, que envilece la función de toda la organización policial, ahora señalada de criminal por las fechorías y asesinatos, que muchos uniformados han cometido de manera ruin, escudados, muy posiblemente, en una malentendida autoridad y en la posible impunidad que les da su poder y su condición.
Lo más lamentable y que permite los múltiples señalamientos generalizados a la fuerza pública como asesina, es que ya no son casos aislados, como el del estudiante de ayer, el abogado de hoy o la mujer de mañana, son más de 137 eventos de abuso de autoridad denunciados en lo que van corrido del año, [1] (casi 4 por semana), casos que demuestran o la complicidad o la inoperancia o la aquiescencia de los altos mandos de la una institución, que cada día pierde credibilidad, respeto y aprecio de la ciudadanía, y que por esos execrables actos, también cada día genera odio, rechazo y repudio en gran parte de la comunidad.
De otra parte, no son consecuentes ni convenientes las declaraciones apresuradas entregadas por los superiores de los agentes comprometidos en el asesinato del estudiante de derecho; en las cuales, pidieron más el cumplimiento de las garantías procesales y derechos de los policías implicados, que el respeto a los derechos de la víctima y sus seres queridos.
Tampoco es útil y procedente solicitar, que sea la propia justicia militar la que investigue, juzgue y condene a sus agentes, eso extiende un manto de duda sobre la imparcialidad y legalidad del proceso y compromete la trasparencia del juicio; eso también genera en gran parte de la comunidad la idea de que los delitos de los policías los esconde la institución bajo la mirada protectora de sus intocables Coroneles y Generales.
Es inaudito que la institución tolere y defienda a quienes, con su consentimiento y dotación, se visten con uniformes verdes y se disfrazan de autoridad, ocultando su naturaleza de forajidos para delinquir y asesinar como cualquier bandido, sin que la entidad los detecte, ya sea por falta de voluntad, por inadmisible omisión o inaceptable descuido.
Esa encubridora solidaridad institucional para proteger a los miembros que delinquen y asesinan, es inaceptable en una institución respetable; pero la sórdida protección a los agentes existe y resulta innegable, basta recordar el caso del joven grafitero, entre otros más.
El actuar de un grupo miserable de agentes, que también fueron “formados” en la escuela de policía, permite presumir que allí se les enseña más los privilegios que da el abuso de la autoridad, que los derechos humanos y el respeto a la vida, a la honra y a los bienes de los civiles.
Cuándo entenderán y dimensionaran, esos perversos policías, el daño tan grande que le hacen a sus compañeros probos, a la Policía, al Gobierno y al país.
Cuántos muertos más se necesitarán para que se entienda, que ya es hora de hacer cambios de fondo en las políticas y procedimientos, que usa la policía. Justicia para las víctimas, el peso de la ley para los asesinos y pronta reforma a la policía.
[1] https://www.telesurtv.net/news/colombia-continuan-manifestaciones-rechazo-represion-policial-20200909-0054.html